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Otoño-Invierno de 221

Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
#31


Ryū se perdió en los ojos de Kaido, en sus palabras, mientras respiraba entrecortadamente. Estaba fallando, estaba fallando, estaba fallando… y los Ryūtōs dependían de él. Le observaban. Le esperaban. Más presión, más presión, más presión…

Pero no podía. Por mucha fuerza que imprimiese a su agarre, por mucho que tirase, ya no podía.

Yo… Ya no puedo… —Fue la primera vez. La primera vez que Kaido le vio así, y la primera vez que a Ryū le sucedió. Una nota de impotencia. La mirada gacha. Sus hombros derrumbados. Estaba derrotado. Se sintió derrotado—. Ya no puedo.

No, claro que ya no puedes. Porque ya no queda nada en ti.

Sintió un extraño picazón en los ojos. ¿Acaso estaba…? ¿¡Acaso estaba…!?

Fue un chispazo de la nada. Un súbito calor que Ryū sintió desde lo más profundo de su ser. Días, semanas, meses más tarde, jamás encontraría una explicación de qué fue lo que la hizo surgir. Fue una furia repentina e incomprensible, que amenazó con abrasarle por dentro. La reconoció en seguida. Hacía muchos años que no la sentía, pero la recordaba muy bien.

Descargó un tremendo puñetazo sobre el hielo, justo encima de Jujunna.

Mira bien. —Sí, quizá lo que antes despertaba rabia en él ya no le producía más que indiferencia. Pero dejar la personalidad de Ryū atrás, esa que había forjado y pulido por años, no significaba que también tuviese que olvidarse de su pasado más reciente. Y Kaido tenía razón, en los últimos años, otras cosas habían nacido en él—. ¡Mira bien!

Y otro puñetazo. Y otro. ¡Pam! ¡PAM! ¡PAM! ¡¡¡PAAAAAMMMM!!!

El hielo se agrietó. La sangre resbaló por sus nudillos, se coló entre las grietas y humedeció la hoja del mandoble. Y entonces, Jujunna vio. Y entonces, Kaido vio junto a ella. A través de ella. Pues el cuerpo de Jujunna se convirtió entonces en un espejo, el reflejo del alma de Ryū. Y en ella se pudo ver a decenas de hombres y mujeres con armaduras de samurái siendo cercenados por una hoja ondulante. Y en ella se pudo ver a un hombre siendo machacado a golpes hasta que su cuerpo no fue más que un amasijo de carne y huesos rotos. Un hombre que a Kaido le sonó. Le sonaba de verlo en los recuerdos de Muñeca, justo cuando revivió sus últimas emociones.

Ryū aprisionó la empuñadura del mandoble con una mano y el ricasso con la otra. Aunque ahora no parecía que quisiese empuñarla, sino más bien ahogarla.


¡¡¡MIRA BIEN HE DICHO!!!


Y en ella se pudo ver una mujer de cabellos rizados, ahogándose en su propia sangre. Y en ella se pudo ver una niña muy morena, que gritaba: papá, papá, ¡papá, ¿por qué…?! Y que moría…

… y que moría…

… y que moría… aplastada por un martillo más grande que su propio cuerpo.

Y en ella, se pudo ver… Se pudo ver a Masumi. Ardiendo. Ardiendo… Ardiendo.













¡¡¡GGGGGGRRRRRRROOOOOOAAAARRRRR!!!






Fuego. En su máxima expresión. En su más puro significado. Las llamas envolvieron la hoja del mandoble como una vieja amante reencontrándose con su amado. La abrazó. La besó. Las llamas se colaron por cada recoveco, encontrando fisuras en el hielo que antes ni estaban. Y con cada centímetro recorrido, su pasión crecía. El fuego empezó a desorbitarse, a derramarse como una olla a presión bullendo sin control. El fuego ascendió hasta la falsa guarda, creció salvaje y caótica hasta la empuñadura, y envolvió los brazos de Ryū como dos fauces hambrientas.

No, no de Ryū. Él ya no era ese. Él era…



¡¡¡Cccccrrrrrrrrrssssssssssssssssssttttt!!!



… él era el Heraldo del Dragón. Él era Ryūnosuke.

Movió los brazos, y la espada trazó un arco hacia arriba, cortando y derritiendo el hielo a su paso como mantequilla fundida. El fuego fue más allá. Mucho más allá. Cortó en una línea recta todo lo que había a su paso: el frío suelo, el techo, la puerta a sus espaldas, el pasillo, el pilar del otro lado.

Los orbes verdes de Ryūnosuke reflejaban las llamas, y se pararon en Kaido. Le observaban… ¿hambriento?
[Imagen: S0pafJH.png]
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#32
Yo… Ya no puedo… —dijo el dragón. Primera vez, en casi un año, que Kaido era testigo de una brecha en un hombre a quién creía infranqueable—. Ya no puedo.

No, claro que ya no puedes. Porque ya no queda nada en ti.

—Sí que queda mucho en ti. Sólo déjalo salir —esa misma brecha que le había roto, iba a ser el filtro por el que manaría la escencia de su verdadero poder. Un poder oculto. Un poder dormido. Un poder que no veía luz en muchísimo tiempo. Un poder que lloraba tras recuperar su libertad. ¿Lágrimas?

Lágrimas, acompañadas de un sentido puñetazo. Un golpe, tan certero y mortífero como el descenso de un relámpago en una fúrica noche de lluvia en el País de la Tormenta. Un golpe, tan poderoso y catastrófico como la réplica de un terremoto. Y luego otro. Y luego otro. Y luego otro... hasta que la sangre de sus manos sirvió de tinta para que la capa helada en la que se ocultaba Jujunna se convirtiera en en una pantalla vívida de los recuerdos de un hombre olvidado. Los ojos cristalinos de Umikiba Kaido se iluminaron, absortos, mientras que su mente trabajaba a mil por hora para comprender todo lo que estaba sucediendo. Allí, él era sólo un simple mortal, privilegiado; de estar contemplando el renacer de un verdadero dragón. Su mano tembló cuando navegó a través de la memoria de Ryū. Entre mares de cadáveres, cercenados por la hoja de la espada que tenía voz.

Dio un paso atrás y oteó a su alrededor. Y entonces miró. Miró bien. Miró muy bien. Miró, aún cuando el Heraldo no se lo hubiera pedido.

Umikiba Kaido sintió un poderoso nudo en la garganta. Sentía que estaba viviendo todas las decisiones de Ryū en sus propias carnes. Los gritos moribundos de aquella niña acabaron por quebrarlo. Y el cuerpo en llamas de su amiga, Masumi, iluminó el camino. Fue el fuego de esa Ryūto el que encendió el verdadero corazón de aquél conocido como Ryū. No. No de Ryū.

De Ryūnosuke.

El escualo sintió el fuego abrazador a su alrededor, como si hubieran sido sus brazos y no los del Heraldo los que estuvieran envuelto en llamas. Nunca un fuego fatuo había hecho de aquél palacio una ínfima viruta fría que era incapaz de rivalizar con las llamas que ahora emergían del Gran Dragón. Fuego, más fuego. Fuego que iluminaba el alma. Fuego capaz de calcinar todo ōnindo si ese fuese su propósito. ¿Fuego capaz de reducir incluso al mismísimo Kaido, a través de esos ojos esmeralda, que ahora le veían hambrientos?

Kaido no retrocedió. Nunca le tuvo miedo al fuego. Y no iba a empezar ahora.
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#33
La diestra en la empuñadura; la zurda en el ricasso. Ryūnosuke movió los brazos hacia adelante, y el poderoso mandoble se movió a modo de lanza llameante en dirección a Kaido. En dirección a…

… a la estatua de hielo que se le abalanzaba por la espalda.

Tirada la puerta abajo, las figuras de hielo que custodiaban la entrada al habitáculo se movían. Ryū atravesó al primero en el pecho con su espadón y el fuego se desbordó por las grietas, fundiéndolo como a mantequilla. El segundo se movió a su lado, impertérrito como solo alguien sin vida podía serlo, y trató de apuñalar con su naginata el costado de Kaido.

El Umikiba pudo notar que símbolos y hexagramas negros recorrían ahora el cuerpo glacial de aquellos guerreros, y que sus ojos brillaban más azules que nunca.



PV: ¿?
Posibles daños ocasionados: 20 PV/corte, 40 PV/penetración por Naginata de hielo
[Imagen: S0pafJH.png]
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#34
Lo que sucedió luego fue algo similar a lo que muchos llaman una prueba de confianza. Kaido se mantuvo impertérrito e inamovible hasta que la lanza le pasó por encima, una vez éste agachó la cabeza. El estruendo del fuego partió a la estatua que había amenazado con acabar la vida del escualo, siendo aquella la campana que daba inicio a una lucha de vida o muerte. Ryūnosuke acabó con dos de estas estatuas como si fuese rutina mientras el Umikiba hacía lo propio con la suya. El Ryūto agachó el cuerpo, dejó que la naginata pasara de largo; y envolvió su brazo derecho en el mango para mantenerla inmóvil. Acto seguido, subió su otra extremidad, ahora la izquierda, y apuntaló su dedo índice en la forma símil de una pistola. Una pistola mortífera que disparó una poderosa bala de agua a peligrosa quemarropa. Una bala que era capaz de atravesar todo, hasta la piedra más dura. Hasta la estatua más gélida.


· PV:

240/240


· CK:

288/330

-42


Daños propuestos: 70PV


—Nokomizuchi [En mano]

¤ Mizudeppō no Jutsu
¤ Técnica de la Pistola de Agua
- Tipo: Ofensivo (cortante)
- Rango: S
- Requisitos:
  • Hōzuki 70
  • Suika no Jutsu
- Gastos: 42 CK por disparo
- Daños: 70 PV por disparo
- Efectos adicionales: -
- Carga: 2
- Velocidad: Muy rápida
- Alcance y dimensiones: 10 metros
Imitando con su mano la forma de una pistola y utilizando el Suika no Jutsu, el usuario comprime el agua en la punta del dedo. El disparo se produce con una tremenda fuerza y velocidad que produce un sonoro estallido y es incluso capaz de perforar fácilmente un cuerpo humano.

El usuario puede aumentar la potencia de la técnica utilizando ambas manos para disparar de forma simultánea dos balas de agua, haciendo el ataque aún más letal.
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#35
Kaido se agachó, certero, justo a tiempo para dejar que la naginata pasase de largo rozando su hombro. Sujetó la empuñadura de esta con la diestra para mantenerla inmóvil, y con la zurda apuntó con un dedo al pecho de la estatua. Fue entonces cuando lo sintió. Un hormigueo en su brazo derecho. Un frío anestésico, que le dormía el brazo de arriba abajo. No, no se lo dormía…

… se lo congelaba. La escarcha siguió subiendo por su pecho, su…

¡BAM!

La bala de agua salió disparada de su dedo y atravesó la coraza del guerrero glaciar, reventándolo en mil pedazos, y deteniendo el congelamiento. De hecho, Kaido todavía era capaz de mover el brazo derecho, pero tenía la mano tan helada que apenas era capaz de cerrarla.

Ryūnosuke salió dando grandes zancadas al pasillo exterior, y allí, ambos lo vieron. Decenas de guerreros glaciares viniendo hacia ellos. Todos aquellos que habían visto custodiando las puertas, ahora se movían, despacio pero sin pausa, hacia ellos. Desde el frente, y desde la espalda también. Treinta metros les separaba del gran portalón por el que habían entrado, y eso fue algo que pudieron deducir justo antes de que las llamas que manaban de los platillos a lo largo de todo el pasillo se extinguiesen de golpe.

La oscuridad les rodeó de golpe, y solo el espadón de Ryūnosuke impidió que los Ryūtōs quedasen sumidos en la más absoluta ceguera.

Kaido oyó pasos pesados muy cercanos a su espalda.


Kaido sufre una penalización de -40 a Fuerza y -20 a Destreza durante 2 turnos, únicamente para acciones que requieran de su brazo derecho. Así mismo, tampoco podrá usar el Suika no Jutsu en su brazo derecho por los siguientes 2 turnos.
[Imagen: MsR3sea.png]

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#36
Cuando miró a su alrededor y solo vio oscuridad…

Cuando respiró y el aire helado produjo escarcha en sus pulmones…

Cuando oyó el sonido de cien pasos aproximándose, y el de cincuenta lanzas golpeando el suelo…

Lo supo. Supo que aquél era un código encriptado, un mensaje que le estaban lanzando. Lo descifró enseguida. Quien quiera que estuviese controlando a aquellas criaturas gélidas, quería averiguar quién era él. De qué pasta estaba hecho. Qué era.

Estaban llamando a su puerta, y Ryūnosuke pensaba abrirles, decir hola y presentarse. Y solo había una forma de hacerlo. Solo con una cosa. Solo con…

¡Bushido, Hi no Umi!

El Heraldo del Dragón clavó la espada en el suelo y un mar de llamas surgió a su alrededor. La oscuridad fue devorada, el hielo se derritió, y los pasos fueron consumidos por el crepitar del fuego. Todo ardía, todo ardía, todo ardía… Incluso sus pulmones, agotados por el esfuerzo.

Ryūnosuke emitió un gruñido seco y arrancó el mandoble de la piedra en la que estaba sumergida. Al fondo del pasillo, vislumbró a Kaido, con el sello del Carnero en una mano. Anduvo hasta él, pues sus piernas se negaban a correr. Ante tal afrenta de sus músculos, Ryū se hubiese quedado anonadado, confuso ante una debilidad que jamás había poseído. Ryūnosuke, en cambio, la conocía muy bien. El temblor en las piernas. La bajada de tensión. Los puntitos de luz que empañaban la visión. La boca seca, el leve dolor en la parte inferior de la cavidad bucal. Los conocía a todos ellos, y sabía cómo había que responder a cada uno.

Había que respirar. Una gran bocanada. Dos. Tres. Porque todo fuego al que tratan de ahogar, toda chispa, toda ceniza mal apagada, solo necesita una cosa para volver a ser un incendio infernal. Aire. Aire. Aire.

Nos vamos.

Y Kaido le siguió, recorriendo el pasillo hasta llegar al enorme portalón que habían osado abrir. Lo atravesaron. A sus espaldas, otra vez pasos. Refuerzos gélidos. Más cubitos de hielo que echar a la fragua. Pero Kaido se empeñó en cerrar el portalón, y Ryūnosuke no tuvo tiempo de decirle que se apartase, porque un brazo del tamaño de un árbol trató de aplastarle con la base del puño. Era una de las dos estatuas de hielo que custodiaban la entrada, con un escudo en la espalda y un hacha en la zurda, una auténtica escultura móvil de cinco metros de altura. Y, aún así…

… más le hubiese valido tratar de aplastar un yunque. Más le hubiese valido tratar de machacar una montaña.

Fuerza 100

Ryūnosuke se abrió de brazos y encajó el golpe con deportividad. A bocajarro. Sin inmutarse. Saboreó el dolor y la sangre como el mejor de los cócteles. Y el mejor de los cócteles tenía un nombre muy específico. Estaba hecho para él, y se llamaba cóctel mólotov.

¡¡¡GRROOOOOOOOOAAAARRRRRR!!!

Sus manos, aprisionando la mano del gigante como dos cepos para oso. Sus brazos, con los tendones a punto de reventar por la tensión. Su torso, lleno de nudos por los músculos contraídos. Y entonces tiró. Y entonces el gigante se alzó en el aire, y cayó de espaldas por la llave realizada con un estruendo que hizo temblar el mundo.

El filo de un hacha se levantó sobre Ryūnosuke. El otro guerrero glacial quería ponerle a prueba. Ryū hubiese detenido el golpe con las manos desnudas, respondiendo a la fuerza con más fuerza. Pero él ya no era ese hombre. Él era Ryūnosuke, y así como conocía sus debilidades, también conocía las de sus oponentes. Y le gustaba jugar con ellas.

Se apartó en el último momento, algo más lento de lo que hubiese esperado, pero aún así lo suficiente. El hacha partió el pecho de su eterno compañero de guardia, y Ryūnosuke aprovechó el momento para propinar un salto. De nuevo, algo más lento de lo que hubiese esperado.

Mientras se elevaba en el aire, vio a Kaido de espaldas al portalón, con ambos brazos hinchados y extendidos, empujando y empujando para que el ejército que ya se escuchaba al otro lado no cruzase el umbral. Ryūnosuke aterrizó en la nuca del único guerrero que quedaba en pie. Fue allí, justo allí, donde clavó su mandoble. Abrió la boca, y las llamas acudieron a su llamada, bañando la hoja de la espada. Pero había cometido un minúsculo error, el mismo en el que Kaido había caído minutos atrás. El mero contacto con aquella bestia congelaba el cuerpo. Por eso había sido más lento en aquel esquive, y en el salto, y por eso ahora el hielo amenazaba con envolverle. El fuego del mandoble creció en intensidad, pero el guerrero glacial soportó el calor.

Aquel fuego no bastaba.

Aquel fuego era demasiado pequeño.

Entonces recordó. ¿Qué necesitaba todo fuego para volverse más grande? ¿Qué necesitaba una ceniza para convertirse en incendio? Solo una cosa. «Solo una cosa…» Levantó la mano que sujetaba el ricasso y envolvió la empuñadura junto a su diestra. Entonces, algo surgió de la porción de filo liberada. No más fuego, sino viento. Fuuton puro, que sopló hacia adelante y alimentó el Katon. El fuego bajó por la nuca de la bestia, siguió descendiendo hasta el pecho y se refugió en su estómago. El hielo azul del que estaba hecho se volvió anaranjado. El vapor empezó a salir a chorros por cada centímetro de su piel. Y entonces, fuegos artificiales. Un espectáculo a los ojos. La criatura voló en mil pedazos con el sonido de cien cristales rotos.

Ryūnosuke aterrizó en el suelo, justo a tiempo para ver cómo el portalón cedía unos centímetros y el mango de un pesado bastón se colaba por el resquicio, golpeando a Kaido en la nuca. El Hōzuki cayó a plomo, inconsciente. Y, luego…

Luego todo fue caos.

Luego todo fue fuego.





Horas más tarde…

Ryūnosuke subió al barco entre jadeos. Kaido colgado de un hombro, el poderoso mandoble reposando en el otro. Dejó a ambos en cubierta y, solo entonces, se permitió deshacer los dos rudimentarios vendajes que se había hecho en el torso. Habían sido dos feas heridas tanto en el abdomen como en la espalda, pero las vendas apenas tenían sangre. Nada de lo que preocuparse. Nada que requiriese tomar medidas.

Kaido, en cambio…

Dejó su cuerpo en la cama del camarote y volvió a inspeccionarle la herida que tenía en la nuca. No parecía gran cosa, pero Ryūnosuke sabía que no era bueno dormir tras una fuerte contusión, y aquel cabrón no se había despertado desde que había recibido el golpe. Estaba vivo, y no sentía su pulso acelerado. Pero algo le estaba pasando.

Algo grave.

Te lo dije —oyó decir a la espada. ¿O era su conciencia, resonando dentro de su cabeza?—. Te dije que a este también te lo cargarías.

Y lo último que escuchó Ryūnosuke en aquel día fue aquella risa demencial capaz de helar la sangre de un dragón.



Bueno, debido a la despedida de Kaido, me veo obligado a darle cierre prematuro a la trama. Su PJ quedará en estado de coma hasta su vuelta, si algún día vuelve, que espero que sí.

¡Saludos!
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